sábado, 16 de agosto de 2008

"Zaratustra, mi hijo"


Capítulo 3

En su original mitología, Nietzsche propone un combate vital por el disfrute de sí mismo



Son numerosos las figuras, personajes y motivos mitológicos que Friedrich Nietzsche utilizó en sus obras. Desde los motivos judeo-cristianos de su juventud, inspirados en la formación religiosa que se le impuso en su infancia y primeros estudios, hasta su primera especialización en filología que lo condujo a las mitologías griegas, las del Mediterráneo y las del Oriente, para así sumergirse en una breve etapa apolíneo-positiva de la que emerge la concepción y gestación de Zaratustra.

A todo ello se agregan los temas y personajes nacidos de la inspiración y las influencias de sus incontables lecturas y amistades, más reconocidas y estudiadas unas que otras.

Ha sido conocida y comentada con amplitud la formación, estudios y usos que hizo Nietzsche de la mitología cristiana, entrañable para su vida y su obra, ya que hizo parte de su desarrollo infantil y juvenil. De igual manera, son fundamentales sus estudios filológicos y filosóficos, sobre la antigüedad griega, mediterránea y oriental, los que se convierten en materias primordiales para su escritura y pensamiento. Y... algo más, en la invención de una propia mitología, como propongo en las siguientes hipótesis descabelladas.

Entrando de una vez en el terreno de las abducciones, poco más se ha explorado en dos posibles fuentes y claves importantes para descifrar algunos de los misterios y enigmas de la vida y la obra de Nietzsche y en especial para la concepción, gestación y nacimiento de Zaratustra y lo que a partir de allí sucedió con su vida y la obra.

Se trata de sus conexiones con las vidas y las obras de Giordano Bruno (1), de Fiódor Mijáilovich Dostoievski (2) y de otros filósofos y escritores que fueron desaparecidos de sus manuscritos, notas y biblioteca, por la oscura acción de su hermana Elizabeth y de sus editores póstumos.

De Bruno, Nietzsche hizo un par de referencias en su correspondencia y en sus obras. A Dostoievski, Nietzsche niega haberlo leído antes de 1887, lo cual es dudoso, tal como lo afirma su biógrafo Curt Paul Janz y algunos otros de sus estudiosos que posteriormente citaré.

Yo creo que a Dostoievski debió haberlo leído en 1882 motivado por la atracción que sentía por Lou Andreas Salomé, quien, aun cuando Nietzsche, ni lo afirme ni lo niegue, debió hacerle leer, en 1882, las obras de Dostoievski, ya conocidas y aparecidas en Europa para esa época.

Dice Janz:

"El 23 febrero de 1887 escribía a Overbeck: «De Dostoievski no conocía hace pocas semanas ni siquiera el nombre -hombre inculto como soy, que no lee ni cuanto menos un periódico. En una visita casual a una librería la suerte puso bajo mis ojos la obra recién aparecida en traducción francesa L'sprit souterrain (¡algo parecido me ocurrió a los 21 años con Schopenhauer y a los 35 con Stendhal!) El instinto del parentesco (¿o cómo tengo que llamarlo?) habló de inmediato, mi alegría fue extraordinaria.» El nombre de Dostoievski tenía, de todos modos, que serle conocido a Nietzsche desde la recensión de Widmann, esto es, desde finales de septiembre, y el capítulo "Del pálido delincuente" del Zaratustra invita a pensar en un conocimiento todavía más temprano. Tal vez latía un recuerdo en su subconsciente que le hizo aferrarse al libro al ver el nombre en la cubierta" (3).

Por mi parte, voy un poco más allá para afirmar que las conexiones de Nietzsche con Bruno y Dostoievski tienen una participación sustancial en la concepción, gestación y nacimiento de Zaratustra.

Como ya lo dije en mi LECTOR LUDI-54 (4), Giordano Bruno, el monje envuelto en llamas, en el Campo dei Fiori, el 17 de febrero de 1600, condenado por herejía por el tribunal de la Inquisición, fue uno de los modelos de los que se inspiró Nietzsche “el genio y figura” de Zaratustra.

En cuanto a Dostoievski. Cuando Nietzsche hace, en Así habló Zaratustra, la categórica afirmación: "Dios ha muerto", es necesario preguntarse ¿Quién le dio muerte y por qué? La respuesta, según mi hipótesis descabellada, se la inspiró el relato de El Gran Inquisidor de la novela de Dostoievski, Los hermanos Karamazov (1879-1880), la que, con certeza, debió leer por mediación de Lou Andreas Salomé, en especial, motivados por sus intereses en los asuntos de religión.

Es, en ese punto y momento, donde todo se conecta: Bruno, Dostoievski y, por supuesto, Lou Andreas Salomé. Léase la parte final del relato de Dostoievski y los elementos se unen:

"Lo que te digo se realizará; nuestro imperio será un hecho.

Y te repito que mañana, a una señal mía, verás a un rebaño sumiso echar leña a la hoguera donde te haré morir, por haber venido a perturbarnos. ¿Quién más digno que Tú de la hoguera? Mañana te quemaré. Dixi.

El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en los labios exangües del nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice: "¡Vete y no vuelvas nunca..., nunca! Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad. El preso se aleja".
Fiódor Mijáilovich Dostoievski, Los hermanos Karamazov.

A partir de allí, Zaratustra emprendió su misión y su viaje. Véase lo que escribe Nietzsche en el Prólogo de Así habó Zaratustra:

"1
Cuando Zaratustra tenía treinta años abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas".

[Al final y para ilustrar estas afirmaciones, transcribo la primera parte de el Prólogo de Así habló Zaratustra, junto con las notas de pie de página de Andrés Sánchez Pascual a su edición y traducción (5)].

De todo ese bagaje mitológico se sirvió Nietzsche para intertextualizar y metaforizar en la escritura de sus obras y poemas de una manera tan libre y creativa que, todavía hoy, sus críticos, estudiosos, biógrafos y exegetas, tratan de descifrar y revelar sus enigmas y misterios. Enigmas y misterios que se hicieron más herméticos dada la manipulación que su hermana Elizabeth y sus editores póstumos de sus manuscritos, sus archivos y su biblioteca.

Se entiende entonces que, si bien la inspiración de Nietzsche en esas figuras, personajes y motivos mitológicos, tengan su origen en las mitologías antiguas, el uso que él hizo de todo ello fue el resultado de su propia lectura, interpretación y deseo o necesidad de darles un propio y original sentido al momento de expresar sus pensamientos y emociones.

Como en una de esas metáforas gastronómicas, que tanto le gustaban, Nietzsche, devoró y metabolizó, como un dios mitológico fundador, toda esta materia mitológica y generó una propia, en la que, figuras, personajes y motivos, se funden, transforman e intercambian, a su voluntad, su estado de ánimo y sus necesidades.

Dionisios y Apolo son la materia original de los dioses fundadores del mundo mitológico nietzscheano, al que luego él va poblando de otros dioses y diosas, héroes y heroínas, así como de figuras de leyenda, que encarnan las figuras, personajes y motivos que le permitirán expresar su pensamiento y vida a través de mitos, leyendas y, lo más sorprendente, la encriptación en enigmas de aquellos asuntos que quería cubrir de misterio para desafiar la inteligencia de sus lectores contemporáneos y futuros, así como para ocultar sus propios secretos.

Esa es la mitología que Nietzsche utilizó indistintamente para configurar y expresar los estados y sensaciones de su cuerpo y mente, que eran del humano, según él lo consideraba, lo que sufría y gozaba de la vida.

Esa sufriente y gozosa esclavitud vital fue el tema que se constituyó en el punto crucial de su lucha por explicar y superar el sufrimiento y la resignación impuestas por la moral cristiana, en una misión y labor de la que emergería el hombre superior, "el superhombre" (Übermensch), que él ofrecía a los hombres en lugar de los dioses y las religiones que los alienaban, dominaban y explotaban, desviándolos del combate vital por el disfrute de sí mismos que él propone como "eterno retorno" y como "amor fati".

La obra de Nietzsche es sustancialmente autobiográfica o, para decirlo mejor con su propia concepción: "como literatura" (6), es decir, como "amor fati" (7), del que se inspiró en Bruno y Spinoza (8) y cuyo sentido él llevó hasta dimensiones misteriosas.

En consecuencia, la lectura que el LECTOR LUDI realice de la obra de Nietzsche debe estar inspirada por esa misma concepción: libre de prejuicios, dispuesta para el asombro creativo y, lo que es más importante todavía, preparada a luchar contra la dificultad, las mistificaciones y los malentendidos de siglos de idealismo platónico cristianizado y por exegetas bien y mal intencionados.

Es que los filósofos como los artistas crean y realizan sus obras a partir de la materia de sus propias vidas, materia metabolizada y sublimada de todo aquello que sus cuerpos y mentes que, en las metáforas gastronómicas gratas a Nietzsche, han ingerido, digerido y sintetizado y que, en el caso de los genios, es convertida en la obra maestra que termina por consumirlos a ellos mismos e impactar en la evolución cultural humana.

De las materias vitales que mayor incidencia tuvieron en la obra de Friedrich Nietzsche, fue la pasión amorosa que es, también, la que más misterios y demostraciones ha provocado. Pasión amorosa que "asaltó" a Nietzsche o bien en su apasionamiento por el cristianismo, o por la sabiduría antigua, o bien en la apasionada admiración del genio y figura de Richard Wagner o bien en sus enamoramientos por Cósima Wagner y Lou Andreas Salomé o bien por la extraña pasión-odio por su hermana Elizabeth o bien por su presunta y malinterpretada misoginia.

Estos misterios en la vida de Nietzsche fueron encriptados por él de formas más o menos herméticas en sus obras. Menos en las primeras obras hasta 1878 y de forma, cada vez más misteriosa, críptica y enigmática, a partir de Humano, demasiado humano, hasta sus últimos escritos de 1888/89, en vísperas de ser devorado por el fuego sagrado.

En todo misterio y en todo enigma, el autor inserta las claves para que sea descifrado. Se puede decir que es en el propio misterio o enigma en donde se pueden encontrar las claves para que sea desvelado. Lo que hace difícil decodificar un misterio o enigma no es tanto la complejidad del mismo como los prejuicios y preconceptos del lector, o sea, cuando el lector lee lo que desea leer y deduce lo que desea deducir.

Con razón Sigmud Freud temió y se negó a leer a Nietzsche y, desde entonces, todos los secuaces psicoanalistas le temen, pues él es el único que demuestra, desde antes del mismo psicoanálisis, que casi toda esa palabrería es una farsa.

Las lecturas de Nietzsche y sus obras han padecido, aun estando él vivo y lúcido, no sólo ataques infundados sino toda clase de interpretaciones subjetivas, razones por las cuales ha sido casi imposible desvelar sus misterios y enigmas, salvo contados casos y honrosas excepciones.

Esas excepciones no son otras que las de aquellos pocos que entendieron que el propósito de Nietzsche no era otro que el proponerle al hombre el combate y vital disfrute de sí mismo y que, a partir de 1878, todos sus escritos están dedicados a destruir el sino trágico del idealismo que alienaba a los hombres. Para lograrlo, él se sumergió en sí mismo y se expresó por medio del ejemplo de sus luchas y combates, alegrías y torturas, por esa causa "casi" perdida del hedonismo.

Cada uno de esos escritos es la narración de sus batallas y nunca la propuesta de un sistema filosófico, afán sistematizador que Nietzsche despreciaba y combatía como don Quijote a los molinos de viento y a las imposturas del poder.

La lectura, con tal sentido de las obras de Nietzsche, permite intentar descifrar y desvelar sus enigmas y misterios, más con la visión del arte que con la rigidez y frialdad del filósofo o el filólogo, porque de esa manera es posible comprender que cada palabra busca expresar y describir una situación y una experiencia vital en la que todos los personajes y situaciones corresponden y se corresponden.

De ahí que, en algún momento, los personajes y situaciones que impactaron la vida mental y emocional de Nietzsche, se conviertan en figuras, personajes y motivos de la mitología expresiva que él iba creando en su mente y que se expresaba en sus escritos y poemas.

Cristo, Dionisios, Apolo, Epicuro, la Grecia antigua y sus sabidurías, Wagner y su mitología germana, en un principio, se corresponden con los materiales históricos. A partir de 1878, esta mitología e historia empieza a transformarse, como a él le gustaba llamar a sus transfiguraciones y como se va a transfigurar el propio Nietzsche en sí mismo y en el sentido que él les da a sus transfiguraciones en su propia mitología.

Cristo es transmutado en Dionisios opuesto a Apolo. Lo dionisiaco es aquello a lo que debe aspirar la música de Richard Wagner, pero también a lo que debe aspirar el mismo Nietzsche y cada hombre en particular, en sus luchas contra el predominio de lo apolíneo.

Esto es claro y evidente hasta antes de 1878, cuando, después del rompimiento de la amistad con Richard y Cósima Wagner, la manifestación de su enfermedad, su retiro como profesor en Basilea, la influencia de la amistad y la obra del historiador del Renacimiento, Jacob Burckhardt, la influencia del pensamiento de Arthur Schopenhauer, entre otros eventos, también significativos, se originan en Nietzsche una serie de transfiguraciones radicales en sus concepciones de lo humano y de la vida.

La historia de estas transfiguraciones puede seguirse en sus obras: Humano, demasiado humano, El viajero y su sombra, Aurora y La gaya ciencia, hasta el momento del "asalto" de Zaratustra, en el verano de 1881 y, a continuación, por el enamoramiento por Lou Andreas Salomé, en el verano de 1882, que dan origen y nacimiento a "¡Zaratustra, mi hijo!" en Así habló Zaratustra, que es la obra que narra la transfiguración última de Nietzsche en Zaratustra y de este en Dionisio Zagreo, para así, al final, profetizar su eterno resucitar, ya poseído por el delirio.

La historia de esta transmutación / transfiguración / trasformación, es narrada por Nietzsche en Así habló Zaratustra y es ampliamente explicada en sus obras posteriores: Más allá del bien y el mal (1886), Genealogía de la moral (1887), El crepúsculo de los ídolos (1889), El Anticristo (1889), Ecce Homo 1889), y de manera complementaria, en El caso Wagner (1888) y Nietzsche contra Wagner (1889).

Ya en los LECTOR LUDI-44 y 54 (9), y en los capítulos previos, he propuesto mis hipótesis descabelladas para demostrar como Lou Andreas Salomé era la madre inmanente de Zaratustra (10) y como Nietzsche encarnó en Zaratustra la figura del Giordano Bruno torturado y quemado en la hoguera de la Inquisición (11).


NOTAS

(1) Iván Rodrigo García Palacios, LECTOR LUDI- 54. Puede leerse en el blog: http://lectorludi.blogspot.com/
(2) Andrés Sánchez Pascual, Introducción a Friedrich Nietzsche, El Anticristo, Alianza, Madrid, 1997, p. 19.

"Dostoievski, por fin, le procuró a Nietzsche las palabras "idiota" e "idiotismo", tan repetidas en El Anticristo. Si se hubiera conocido a su debido tiempo la influencia de Dostoievski sobre Nietzsche, y se hubiera sabido que el arquetipo del "idiota" es el príncipe Mischkin de la novela de Dostoievski ("una mezcla de sublimidad, enfermedad e infantilismo", como dice Nietzsche en una ocasión), los alemanes no se habrían irritado tanto al leer que Nietzsche calificaba a Kant de "idiota", ni los cristianos habrían hecho tales aspavientos al enterarse en 1931 -no antes, pues bien se había cuidado la hermana de mutilar esa frase- que también Jesús era llamado de igual modo. O tal vez la indignación de unos y otros habría sido aun mayor".

(3) Curt Paul Janz, Friedrich Nietzsche, Biografía, 3. Los diez años del filósofo errante (1879-1888), Alianza, Madrid, 1985, p. 406.
(4) Iván Rodrigo García Palacios, LECTOR LUDI-54. Puede leerse en el blog: http://lectorludi.blogspot.com/
(5) Friedrich Nietzsche, Así hablo Zaratustra, Alianza, Madrid, 1998.

"Prólogo de Así habló Zaratustra

1 [1]

Cuando Zaratustra tenía treinta años [2] abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:
«¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas! [3].
Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi serpiente [4] te habrías hartado de tu luz y de este camino.
Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.
Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a regocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.
Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspones el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!
Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso [5], como dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!
¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias!
¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hombre.»
- Así comenzó el ocaso de Zaratustra" [6].

Las notas de pie de página son de Andrés Sánchez Pascual:

[1] Así habló Zaratustra reproduce literalmente el aforismo 342 de La gaya ciencia; sólo «el lago Urmi», que allí aparece, es aquí sustituido por «el lago de su patria». El mencionado aforismo lleva el título Incipit tragedia (Comienza la tragedia) y es el último del libro cuarto de La gaya ciencia, titulado Sanctus Januarius (San Enero).
[2] Es la edad en que Jesús comienza su predicación. Véase el Evangelio de Lucas, 3, 23: «Éste era Jesús, que al empezar tenía treinta años». En el buscado antagonismo entre Zaratustra y Jesús es ésta la primera de las confrontaciones. Como podrá verse por toda la obra, Zaratustra es en parte una antifigura de Jesús. Y así, la edad en que Jesús comienza a predicar es aquella en que Zaratustra se retira a las montañas con el fin de prepararse para su tarea. Inmediatamente después aparecerá una segunda contraposición entre ambos: Jesús pasó sólo cuarenta días en el desierto; Zaratustra pasará diez años en las montañas.
[3] Zaratustra volverá a pronunciar esta misma invocación al sol al final de la obra. Véase, en la cuarta parte, El signo.
[4] Los dos animales heráldicos de Zaratustra representan, respectivamente, su voluntad y su inteligencia. Le harán compañía en numerosas ocasiones y actuarán incluso como interlocutores suyos, sobre todo en el importantísimo capítulo de la tercera parte titulado El convaleciente.
[5] Untergehen. Es una de las palabras-clave en la descripción de la figura de Zaratustra. Este verbo alemán contiene varios matices que con dificultad podrán conservarse simultáneamente en la traducción castellana. Untergehen es en primer término, literalmente, «caminar (gehen) hacia abajo (unter)». Zaratustra, en efecto, baja de las montañas. En segundo lugar es término usual para designar la «puesta del sol», el «ocaso». Y Zaratustra dice bien claro que quiere actuar como el sol al atardecer, esto es, «ponerse». En tercer término, Untergehen y el sustantivo Untergang se usan con el significado de hundimiento, destrucción, decadencia. Así, el título de la obra famosa de Spengler es Der Untergang des Abendlandes (traducido por La decadencia de Occidente). También Zaratustra se hunde en su tarea y fracasa. Su tarea, dice varias veces, lo destruye. Aquí se ha adoptado como terminus technicus castellano para traducir Untergehen el de «hundirse en su ocaso», que parece conservar los tres sentidos. De todas maneras, Nietzsche juega en innumerables ocasiones con esta palabra alemana compuesta y la contrapone a otras palabras asimismo compuestas. Por ejemplo, contrapone y une Un tergangy Ubergang. Überganges «pasar al otro lado» por encima de algo, pero también significa «transición». El hombre, dirá Zaratustra, es «un tránsito y un ocaso». Esto es, al hundirse en su ocaso, como el sol, pasa al otro lado (de la tierra, se entiende, según la vieja creencia). Y «pasar al otro lado» es superarse a sí mismo y llegar al superhombre.
[6 ] Esta misma frase se repite luego. El «ocaso» de Zaratustra termina hacia el final de la tercera parte, en el capítulo titulado El convaleciente, donde se dice: «Así - acaba el ocaso de Zaratustra».

(6) Alexander Nehamas, Nietzsche. La vida como literatura, Turner/ Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002.
(7) Friedrich Nietzsche, Ecce Homo:

"Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati [amor al destino]: el no-querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y aun menos disimularlo –todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario– sino amarlo".

(8) Miguel Ángel Granada, Giordano Bruno. Universo infinito, unión con Dios, perfección del hombre, Herder, Barcelona, 2002, pp. 358-360.
(9) Iván Rodrigo García Palacios, LECTOR LUDI-44 y 54. Pueden leerse en el blog: http://lectorludi.blogspot.com/
(10) Iván Rodrigo García Palacios, LECTOR LUDI. Manual de iniciación a la alquimia de la lectura, capítulo 1: Nietzsche: La vida como literatura. Así nació Zaratustra en los tiempos del amor. Puede leerse en el blog: http://lectorludi.blogspot.com/
(11) Iván Rodrigo García Palacios, LECTOR LUDI-54. Bruno/Zaratustra: Giordano Bruno y Friedrich Nietzsche, profetas/mártires de Epicuro. Puede leerse en el blog:
http://lectorludi.blogspot.com/

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